Por Juan Pablo Ojeda
La Navidad, que para millones simboliza reunión y esperanza, este año se vive con miedo y silencios forzados para muchas familias migrantes en Estados Unidos. En medio del endurecimiento de la política migratoria del Gobierno de Donald Trump, cientos de hogares enfrentan las fiestas separados, con la angustia constante de ser detenidos por agentes de migración y el deseo casi literal de volverse “invisibles”.
María Ramos, migrante mexicana que vive en Tucson, Arizona, pasa estas fechas sin su esposo y su hijo mayor, ambos arrestados cuando salieron a trabajar en jardinería. Llevaban años sosteniendo a su familia con ese ingreso, pero la necesidad económica no fue suficiente para evitar el riesgo. “Sabíamos que podía pasar, pero tenían que salir a trabajar”, relata. Hoy, ambos permanecen en un centro de detención migratoria, mientras ella intenta explicar a sus otros dos hijos, ciudadanos estadounidenses, por qué su padre y su hermano no estarán en casa.
La escena se repite en otros hogares. María confiesa que incluso ha pensado en quitar los adornos navideños porque el ambiente festivo contrasta con el dolor que vive su familia. Tras 25 años en Estados Unidos, su historia refleja el temor de miles de personas que han construido una vida en la sombra y que hoy sienten que cualquier paso fuera de casa puede cambiarlo todo.
El caso de Ana Morán, migrante venezolana de 29 años, muestra otra cara de la misma crisis. Su esposo permanece detenido desde agosto pasado tras ser acusado, asegura, sin pruebas, de un robo mientras trabajaba repartiendo comida. Aunque su situación legal aún no se resuelve, el aumento en la cooperación entre policías locales y la agencia migratoria lo ha colocado en la mira de una posible deportación. Ana, ahora única proveedora del hogar, no sabe cómo explicarles a sus hijos de nueve y siete años por qué esta será la primera Navidad sin su padre.
La familia llegó a Estados Unidos hace poco más de dos años tras solicitar asilo de manera legal. Ambos trabajaban para salir adelante, pero la detención cambió por completo su realidad. Ana vive con el miedo constante de que, aun teniendo permiso de trabajo y un proceso de asilo en trámite, pueda ser detenida en cualquier momento. “Cuando salgo a la calle le pido a Dios que me haga invisible para volver con mis hijos”, confiesa, tras haber sido hospitalizada recientemente por un ataque de pánico.
A la incertidumbre migratoria se suma otro problema: la falta de apoyo consular. En el caso de los venezolanos, la ausencia de relaciones diplomáticas complica aún más el panorama, pues no saben a qué país podrían ser enviados en caso de deportación. Ante ese escenario, Ana no descarta la autodeportación como última opción para mantener unida a su familia, aunque sea fuera de Estados Unidos.
Estas historias reflejan el impacto humano de las decisiones políticas en materia migratoria. Más allá de cifras y discursos, la Navidad de muchas familias migrantes se vive entre el miedo, la separación y la esperanza de volver a abrazarse, aun si eso implica empezar de nuevo en otro país.