Salud mental digital: del autocuidado al “scroll” consciente

El teléfono vibra, aparece una notificación y sin pensarlo ya estás deslizando el dedo por la pantalla. Minutos después, o quizá una hora, no recuerdas por qué abriste la app. Este gesto cotidiano, casi automático, se ha convertido en una de las principales formas de interacción del siglo XXI, pero también en una fuente silenciosa de ansiedad, comparación y agotamiento mental. En plena era hiperconectada, hablar de salud mental implica mirar de frente nuestra relación con el mundo digital.

Las redes sociales nacieron para conectar, pero su diseño también busca retenernos. Los algoritmos priorizan lo que genera más reacción, no necesariamente lo que hace bien. Cada “like” activa una descarga de dopamina —el neurotransmisor del placer— que refuerza el deseo de seguir buscando aprobación y novedad. El problema surge cuando esa gratificación instantánea sustituye al descanso, la conversación real o la atención plena. Estudios recientes han vinculado el uso excesivo de redes con síntomas de ansiedad, depresión y disminución del autoestima, sobre todo entre adolescentes y jóvenes adultos.

Pero el panorama no es del todo negativo. Las mismas plataformas que pueden generar malestar también ofrecen recursos de apoyo, comunidades de bienestar y contenido educativo sobre salud mental. La clave está en aprender a usarlas con conciencia. El llamado scroll consciente propone observar cómo y por qué navegamos: ¿buscamos conexión o distracción?, ¿curiosidad o evasión? Hacer esta pausa mental transforma la experiencia digital en un acto de autocuidado.

Entre las estrategias más efectivas destacan establecer límites de tiempo, silenciar notificaciones innecesarias y elegir a quién seguimos con intención: cuentas que inspiran, informan o hacen sentir bien. También ayuda practicar “días sin pantalla” o usar el modo “no molestar” durante las comidas y antes de dormir, para permitir que la mente descanse de los estímulos constantes.

La salud mental digital no consiste en desconectarse por completo, sino en recuperar el control. Significa reconocer que la tecnología es una herramienta —no una extensión de nuestra identidad— y que el bienestar comienza cuando aprendemos a poner atención también en el mundo fuera de la pantalla.

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